El paseo de las aguas constituía
el corazón de la ciudad. Una interminable fuente alargada ocupaba el centro de
la avenida, acompañándola en su camino y transmitiendo el frescor a lo largo
del blanco adoquinado que la flanqueaba. Hermosos emparrados cobijaban los
numerosos bancos y a sus ocupantes. Los trinos de infinidad de aves se
conjugaban con el rumor del agua componiendo una sinfonía que inspiraba paz y
tranquilidad, a la par que confería intimidad a las conversaciones.
Fred observó a su interlocutor.
En la tarde soleada y en calma de Tarsis, una agradable luz anaranjada teñía
sus rasgos con un tono dorado, casi sobrenatural.
–Sigo sin entender el motivo de
vuestra cultura para desatender a vuestros hijos –comentó negando con la
cabeza.
Silas sonrió, calmando un poco
los ánimos.
–Nosotros cuidamos a nuestros
vástagos, estamos orgullosos de nuestras nuevas generaciones y los cultivamos
con mimo como un hermoso y único jardín. Obtenemos la mejor versión de cada
individuo.
Fred frunció el ceño.
–De donde procedo es inconcebible
que los padres se deshagan de sus hijos tan alegremente. Siempre hay
excepciones, pero por regla general cuidamos de nuestros propios hijos y
procuramos que tengan las mayores oportunidades en el futuro.
Caminaron en silencio por los
jardines tan exuberantes como bien cuidados. El rumor del agua de la gran
fuente que se extendía en el centro del camino armonizaba con el suave trino de
los pájaros. Fred parecía querer contradecir la calma del ambiente con su tono
ligeramente indignado y violento.
Por el contrario, Silas contestó
tranquila y amablemente.
–No creo que hayas comprendido
correctamente nuestra sociedad. Los progenitores no educamos directamente a
nuestros propios vástagos. Cuando sentimos la necesidad de tener relaciones con
el otro sexo simplemente las tenemos, y cuando tenemos necesidad de
reproducirnos también lo hacemos cuando llega el momento –hizo una breve pausa
para observar las reacciones de Fred y continuó.
»Los niños son cuidados
por los miembros de la sociedad más adecuados para ello, en función de su
capacidad y su preparación. Entre todos observamos, protegemos y educamos a
todos los niños sin dar mayor importancia a su ascendencia biológica. Al
carecer de información sobre ese linaje, crecen en condiciones de igualdad y
carecen de presiones para su desarrollo. Observamos sus talentos, sus capacidades
y les proporcionamos la mejor orientación para su futuro.
Fred no se sentía demasiado
convencido por esos argumentos.
–¿Qué interés tendrán entonces en
desempeñar las tareas más desagradables?
Silas sonrió y continuó caminando
mientras reflexionaba su respuesta.
–Es una percepción subjetiva. Que
una tarea resulte agradable o no depende de cada individuo. En Tarsis existen
colectivos que disfrutan con el cultivo de alimentos, valoran los frutos de la
tierra que pueden trabajar con sus propias manos. Otros, sin embargo, no
encuentran placer en ello y destacan en otros campos.
Fred lo interrumpió.
–¿Pero cómo se gana la vida la
gente en Tarsis? Sigue pareciendo increíble que haya ocupación para todo el
mundo.
Silas sonrió de nuevo ante la
incredulidad del otro. «Somos muy diferentes», pensó. Observó el traje de Fred,
ajustado por todas partes, diseñado seguramente para sujetar el cuerpo en
movimientos rápidos y bruscos. Contrastaba con las etéreas túnicas
de algodón de suaves colores que vestían en Tarsis. Tomó aire y continuó.
–En Tarsis hay suficientes labores
para todos sus habitantes. Es cierto que de vez en cuando alguno de nosotros no
desea realizar tarea alguna y se entrega al hedonismo, pero por regla general
nos sentimos edificados con nuestras ocupaciones. El proceso de educación
orienta a cada uno en función de su talento, dirigiendo sus esfuerzos en aquel
oficio en el cual puede sentirse más desarrollado.
–¿Y todo el mundo está de acuerdo
con ese sistema? –interrumpió Fred.
»¿No existen disidentes
con más aspiraciones que estar reducidos a desempeñar su tarea sin expectativas
de ser recompensados? Nosotros trabajamos para incrementar nuestras posesiones
y poder disfrutar de un buen retiro cuando envejecemos. Además queremos
asegurar el mejor futuro posible para nuestros hijos.
–En eso coincidimos, –observó
Silas – nosotros también deseamos el mejor futuro posible a nuestros vástagos.
Pero nuestra cultura consiste en disfrutar del presente, nos sentimos realizados
con nuestras actividades y no apreciamos la necesidad de posponer ese disfrute
hasta un futuro incierto.
–Pero entonces, ¿qué necesidad
tenéis de superaros o realizar mejor vuestro trabajo? –Fred seguía resistiendo
a los argumentos de Silas.
»Si no podéis vivir mejor
que el individuo que tenéis al lado, ¿para qué esforzaros en trabajar mejor que
él?
Silas permaneció en silencio
mientras meditaba sobre lo diferentes que eran. Nuevamente sonrió y contestó:
–En Tarsis todos vivimos cerca de
la plenitud, tanto física como mentalmente. Nos ocupamos de las tareas que
hemos elegido porque deseamos hacerlo y disfrutamos con ello, no por la promesa
de una recompensa posterior. Tenemos todas nuestras necesidades cubiertas.
–¿Y si nadie decide a ocuparse de
los cultivos? ¿O de las reparaciones de infraestructuras críticas? –replicó
Fred, buscando una brecha en los argumentos de Silas.
Caminaron unos instantes en
silencio mientras el otro meditaba su respuesta. Eso impacientaba a Fred, más
acostumbrado al intenso ritmo de las discusiones de su entorno. Comenzó a pensar
que Silas ofendería a la mayoría de sus conocidos con esas largas pausas, justo
cuando el otro respondió a su pregunta.
–Son preguntas sencillas. Si
nadie quisiera dedicarse a una tarea usaríamos máquinas automáticas a
desempeñarla.
Fred pensó que tenía una
oportunidad y le interrumpió.
–Pero, ¿y si esos androides se
averían y no queda nadie formado para repararlos? –Pensaba rápida y
frenéticamente para imponer sus argumentos, pero Silas parecía tan tranquilo y
sólido como un muro de hormigón.
–En el improbable caso que
sucedieran los acontecimientos que propones, disponemos de muchas alternativas.
Tarsis ofrece muchos servicios a otras civilizaciones más allá de nuestras
fronteras y tenemos recursos suficientes para importar talento o mano de obra
en caso de necesitarla. Nuestra cultura se basa en crear nuestros propios
recursos e invitar a todo individuo que desee desarrollarse aquí.
Fred parecía frustrado. Había
visitado lugares mucho más estimulantes e interesantes, seguía sin comprender
qué hacía de Tarsis un lugar tan especial. Continuaron caminando hasta unas
estructuras repletas de tupidas enredaderas que proyectaban una agradable
sombra. Innumerables bancos aprovechaban esas sombras, repletos de tarsianos y
otros individuos de diversa procedencia.
–¿Ningún tarsiano abandona este
lugar? ¿Vuestra gente no siente la necesidad de explorar? ¿De conocer otros
lugares?
Silas se detuvo y se sentó en uno
de los bancos, invitando a Fred a acompañarle antes de responder.
–Desde luego, pero no es
frecuente. Viviendo aquí, con todas nuestras necesidades cubiertas, ¿qué motivo
tendríamos para abandonar Tarsis?
–Mi pueblo se ha extendido más
allá de sus fronteras una y otra vez –argumentó Fred con orgullo.
»Somos una raza de valientes
exploradores. Descubrir nuevos lugares sigue impulsando a los míos y ha
extendido enormemente nuestra esfera de influencia.
Silas observó a Fred con una
perenne sonrisa. «Qué sociedad tan primitiva, tan distinta.» Se volvió hacia
Fred y comentó con amabilidad.
–Son grandes gestas, pero del
todo ajenas a nuestra cultura. Cada civilización tiene unos valores diferentes,
y no todo lo que asegura el éxito de la civilización en conjunto produce
necesariamente la felicidad de sus integrantes.
–Pero… ¿qué felicidad puede
producirse en el individuo sin el éxito de su civilización? –Fred no daba
crédito –¿De qué manera os defenderíais de una agresión de un enemigo exterior
si no estáis preparados? Si no os extendéis más allá de vuestra cuna, ¿quién
garantiza vuestra supervivencia si ocurre una catástrofe global?
El paciente y tranquilo tarsiano
suspiró suavemente ante la excitación de su impetuoso interlocutor y replicó
con calma.
–¿Cómo puede un jardín defenderse
de un incendio? ¿Puede una obra de arte resistir un ataque violento? ¿Acaso le
daría importancia? Somos una sociedad única y pacífica. Por supuesto, otra
civilización podría imponerse fácilmente a nosotros pero, ¿por qué motivo?
Nuestra riqueza no es material, lo que proporcionamos más allá de nuestras
fronteras emana precisamente de lo que nos define. Cualquier cambio en nuestra
sociedad destruye aquello que pudieran codiciar. ¿Existe alguien capaz de
destruir una obra de arte o quemar un bonito jardín? Naturalmente. Pero son
precisamente aquellos que disfrutan del jardín o del arte quienes procuran su
conservación, no el jardín en sí mismo.
Fred negó con la cabeza, aturdido
por la falta de preocupación del tarsiano.
–¿Eso no os convierte en
esclavos, totalmente dependiente de la voluntad de sociedades ajenas a vosotros
mismos?
–Permíteme una pregunta, Fred.
¿Por qué has venido aquí? – dijo Silas con dulzura. Fred contestó rápidamente.
–Mi trabajo es extremadamente
estresante, un error y docenas de personas pueden perder la vida. Después de mi
último destino mis superiores consideraron que necesitaba un descanso, y ningún
sitio mejor que Tarsis para relajarse y descansar. Vuestros centros de
recuperación son lo mejor de la galaxia.
–Entonces, –replicó pacientemente
Silas –¿por qué sigues dudando?
Fred se giró hacia hacia Silas y
abrió la boca para continuar la discusión, pero no encontró que decir. Su
silencio fue llenado por el trino de las aves y el rumor del agua.