jueves, 21 de marzo de 2019

Tarsis



El paseo de las aguas constituía el corazón de la ciudad. Una interminable fuente alargada ocupaba el centro de la avenida, acompañándola en su camino y transmitiendo el frescor a lo largo del blanco adoquinado que la flanqueaba. Hermosos emparrados cobijaban los numerosos bancos y a sus ocupantes. Los trinos de infinidad de aves se conjugaban con el rumor del agua componiendo una sinfonía que inspiraba paz y tranquilidad, a la par que confería intimidad a las conversaciones.

Fred observó a su interlocutor. En la tarde soleada y en calma de Tarsis, una agradable luz anaranjada teñía sus rasgos con un tono dorado, casi sobrenatural.
–Sigo sin entender el motivo de vuestra cultura para desatender a vuestros hijos –comentó negando con la cabeza.
Silas sonrió, calmando un poco los ánimos.
–Nosotros cuidamos a nuestros vástagos, estamos orgullosos de nuestras nuevas generaciones y los cultivamos con mimo como un hermoso y único jardín. Obtenemos la mejor versión de cada individuo.
Fred frunció el ceño.
–De donde procedo es inconcebible que los padres se deshagan de sus hijos tan alegremente. Siempre hay excepciones, pero por regla general cuidamos de nuestros propios hijos y procuramos que tengan las mayores oportunidades en el futuro.

Caminaron en silencio por los jardines tan exuberantes como bien cuidados. El rumor del agua de la gran fuente que se extendía en el centro del camino armonizaba con el suave trino de los pájaros. Fred parecía querer contradecir la calma del ambiente con su tono ligeramente indignado y violento.
Por el contrario, Silas contestó tranquila y amablemente.
–No creo que hayas comprendido correctamente nuestra sociedad. Los progenitores no educamos directamente a nuestros propios vástagos. Cuando sentimos la necesidad de tener relaciones con el otro sexo simplemente las tenemos, y cuando tenemos necesidad de reproducirnos también lo hacemos cuando llega el momento –hizo una breve pausa para observar las reacciones de Fred y continuó.
»Los niños son cuidados por los miembros de la sociedad más adecuados para ello, en función de su capacidad y su preparación. Entre todos observamos, protegemos y educamos a todos los niños sin dar mayor importancia a su ascendencia biológica. Al carecer de información sobre ese linaje, crecen en condiciones de igualdad y carecen de presiones para su desarrollo. Observamos sus talentos, sus capacidades y les proporcionamos la mejor orientación para su futuro.

Fred no se sentía demasiado convencido por esos argumentos.
–¿Qué interés tendrán entonces en desempeñar las tareas más desagradables?
Silas sonrió y continuó caminando mientras reflexionaba su respuesta.
–Es una percepción subjetiva. Que una tarea resulte agradable o no depende de cada individuo. En Tarsis existen colectivos que disfrutan con el cultivo de alimentos, valoran los frutos de la tierra que pueden trabajar con sus propias manos. Otros, sin embargo, no encuentran placer en ello y destacan en otros campos.
Fred lo interrumpió.
–¿Pero cómo se gana la vida la gente en Tarsis? Sigue pareciendo increíble que haya ocupación para todo el mundo.

Silas sonrió de nuevo ante la incredulidad del otro. «Somos muy diferentes», pensó. Observó el traje de Fred, ajustado por todas partes, diseñado seguramente para sujetar el cuerpo en movimientos rápidos y bruscos. Contrastaba con las etéreas túnicas de algodón de suaves colores que vestían en Tarsis. Tomó aire y continuó.
–En Tarsis hay suficientes labores para todos sus habitantes. Es cierto que de vez en cuando alguno de nosotros no desea realizar tarea alguna y se entrega al hedonismo, pero por regla general nos sentimos edificados con nuestras ocupaciones. El proceso de educación orienta a cada uno en función de su talento, dirigiendo sus esfuerzos en aquel oficio en el cual puede sentirse más desarrollado.

–¿Y todo el mundo está de acuerdo con ese sistema? –interrumpió Fred.
»¿No existen disidentes con más aspiraciones que estar reducidos a desempeñar su tarea sin expectativas de ser recompensados? Nosotros trabajamos para incrementar nuestras posesiones y poder disfrutar de un buen retiro cuando envejecemos. Además queremos asegurar el mejor futuro posible para nuestros hijos.
–En eso coincidimos, –observó Silas – nosotros también deseamos el mejor futuro posible a nuestros vástagos. Pero nuestra cultura consiste en disfrutar del presente, nos sentimos realizados con nuestras actividades y no apreciamos la necesidad de posponer ese disfrute hasta un futuro incierto.
–Pero entonces, ¿qué necesidad tenéis de superaros o realizar mejor vuestro trabajo? –Fred seguía resistiendo a los argumentos de Silas.
»Si no podéis vivir mejor que el individuo que tenéis al lado, ¿para qué esforzaros en trabajar mejor que él?
Silas permaneció en silencio mientras meditaba sobre lo diferentes que eran. Nuevamente sonrió y contestó:
–En Tarsis todos vivimos cerca de la plenitud, tanto física como mentalmente. Nos ocupamos de las tareas que hemos elegido porque deseamos hacerlo y disfrutamos con ello, no por la promesa de una recompensa posterior. Tenemos todas nuestras necesidades cubiertas.
–¿Y si nadie decide a ocuparse de los cultivos? ¿O de las reparaciones de infraestructuras críticas? –replicó Fred, buscando una brecha en los argumentos de Silas.

Caminaron unos instantes en silencio mientras el otro meditaba su respuesta. Eso impacientaba a Fred, más acostumbrado al intenso ritmo de las discusiones de su entorno. Comenzó a pensar que Silas ofendería a la mayoría de sus conocidos con esas largas pausas, justo cuando el otro respondió a su pregunta.
–Son preguntas sencillas. Si nadie quisiera dedicarse a una tarea usaríamos máquinas automáticas a desempeñarla.
Fred pensó que tenía una oportunidad y le interrumpió.
–Pero, ¿y si esos androides se averían y no queda nadie formado para repararlos? –Pensaba rápida y frenéticamente para imponer sus argumentos, pero Silas parecía tan tranquilo y sólido como un muro de hormigón.
–En el improbable caso que sucedieran los acontecimientos que propones, disponemos de muchas alternativas. Tarsis ofrece muchos servicios a otras civilizaciones más allá de nuestras fronteras y tenemos recursos suficientes para importar talento o mano de obra en caso de necesitarla. Nuestra cultura se basa en crear nuestros propios recursos e invitar a todo individuo que desee desarrollarse aquí.

Fred parecía frustrado. Había visitado lugares mucho más estimulantes e interesantes, seguía sin comprender qué hacía de Tarsis un lugar tan especial. Continuaron caminando hasta unas estructuras repletas de tupidas enredaderas que proyectaban una agradable sombra. Innumerables bancos aprovechaban esas sombras, repletos de tarsianos y otros individuos de diversa procedencia.

–¿Ningún tarsiano abandona este lugar? ¿Vuestra gente no siente la necesidad de explorar? ¿De conocer otros lugares?
Silas se detuvo y se sentó en uno de los bancos, invitando a Fred a acompañarle antes de responder.
–Desde luego, pero no es frecuente. Viviendo aquí, con todas nuestras necesidades cubiertas, ¿qué motivo tendríamos para abandonar Tarsis?
–Mi pueblo se ha extendido más allá de sus fronteras una y otra vez –argumentó Fred con orgullo.
»Somos una raza de valientes exploradores. Descubrir nuevos lugares sigue impulsando a los míos y ha extendido enormemente nuestra esfera de influencia.

Silas observó a Fred con una perenne sonrisa. «Qué sociedad tan primitiva, tan distinta.» Se volvió hacia Fred y comentó con amabilidad.
–Son grandes gestas, pero del todo ajenas a nuestra cultura. Cada civilización tiene unos valores diferentes, y no todo lo que asegura el éxito de la civilización en conjunto produce necesariamente la felicidad de sus integrantes.
–Pero… ¿qué felicidad puede producirse en el individuo sin el éxito de su civilización? –Fred no daba crédito –¿De qué manera os defenderíais de una agresión de un enemigo exterior si no estáis preparados? Si no os extendéis más allá de vuestra cuna, ¿quién garantiza vuestra supervivencia si ocurre una catástrofe global?

El paciente y tranquilo tarsiano suspiró suavemente ante la excitación de su impetuoso interlocutor y replicó con calma.
–¿Cómo puede un jardín defenderse de un incendio? ¿Puede una obra de arte resistir un ataque violento? ¿Acaso le daría importancia? Somos una sociedad única y pacífica. Por supuesto, otra civilización podría imponerse fácilmente a nosotros pero, ¿por qué motivo? Nuestra riqueza no es material, lo que proporcionamos más allá de nuestras fronteras emana precisamente de lo que nos define. Cualquier cambio en nuestra sociedad destruye aquello que pudieran codiciar. ¿Existe alguien capaz de destruir una obra de arte o quemar un bonito jardín? Naturalmente. Pero son precisamente aquellos que disfrutan del jardín o del arte quienes procuran su conservación, no el jardín en sí mismo.

Fred negó con la cabeza, aturdido por la falta de preocupación del tarsiano.
–¿Eso no os convierte en esclavos, totalmente dependiente de la voluntad de sociedades ajenas a vosotros mismos?
–Permíteme una pregunta, Fred. ¿Por qué has venido aquí? – dijo Silas con dulzura. Fred contestó rápidamente.
–Mi trabajo es extremadamente estresante, un error y docenas de personas pueden perder la vida. Después de mi último destino mis superiores consideraron que necesitaba un descanso, y ningún sitio mejor que Tarsis para relajarse y descansar. Vuestros centros de recuperación son lo mejor de la galaxia.  
–Entonces, –replicó pacientemente Silas –¿por qué sigues dudando?

Fred se giró hacia hacia Silas y abrió la boca para continuar la discusión, pero no encontró que decir. Su silencio fue llenado por el trino de las aves y el rumor del agua.