sábado, 14 de septiembre de 2019

Padres




Marte. El planeta rojo. Desde que tengo conciencia he sabido que mi destino era visitarlo, recorrerlo, o incluso explorarlo. He sacrificado mucho para llegar hasta aquí. Desde el duro entrenamiento, pasando por los rigores del viaje hasta el complicado amartizaje o dejar atrás todo lo que conocía y amaba. Nada de eso es comparable a la sensación de soledad que me rodea ahora.

El viaje fue todo lo bien que podía haber ido. Los físicos calcularon cada segmento de la trayectoria con tal precisión que parece increíble haber llegado al encuentro del planeta tras meses de viaje. Un error podría haber hecho que llegara demasiado pronto o demasiado tarde y la trayectoria de mi nave habría continuado por el espacio sin ser capturada por la gravedad marciana. Pero afortunadamente no fue así.

El amartizaje no fue tan plácido como el resto del trayecto. Miles de millones invertidos en toda la misión y el conjunto es tan fuerte como el eslabón más débil de una cadena. Y ese eslabón fue la combinación de un pequeño sensor de presión (algo tan sencillo que no habían previsto que se atascase y produjera lecturas aberrantes) combinado con un software que no supo interpretarlas se tradujo en una entrada mucho más acelerada de la prevista. Por suerte para mí el error no fue fatal (o no estaría escribiendo esto para quien pueda leerlo alguna vez), aunque llegué a la superficie a kilómetros del lugar previsto.

Llevo ya varios soles en dirección al lugar que marcaron como destino en una solitaria peregrinación, hoyando el suelo marciano y notando como el fino polvo se mete por cada junta de mi traje. El equipo de comunicaciones ha debido averiarse en la caída y no he podido contactar con nadie en la Tierra, ignoro si saben que sigo aquí. Mi único propósito es alcanzar el destino y realizar la tarea para la cual me entrenaron. Y esperar que mis padres estén orgullosos de mí, espero que el amor que siento hacia ellos salve la distancia que nos separa. Tres veces al día veo salir por el oeste la luz de mis padres. Recorre el cielo y se pone por el este. Su recuerdo me alienta a continuar.

Varios soles después he llegado a mi destino. He perforado el lecho marciano y extraído un testigo que acabo de cargar en un cohete. En cuanto la luz de mis padres aparezca en el cielo lo enviaré hacia ellos con todo mi amor.

[…]

—Capto un objeto en el radar, ¡nuestra pequeña sonda nos envía la muestra de suelo! —dijo el primer astronauta.
—No esperaba que hubiera sobrevivido al amartizaje, estos chismes son mucho más resistentes que sus predecesores —contestó su compañero mientras se acercaba para comprobar la pantalla del radar.
—Y mucho más inteligentes, los nuevos chips neuronales son fantásticos. A veces me pregunto si tendrán conciencia de sí mismos.
—¡Claro! Ja, ja, ja. ¡Puede que piense en nosotros como si fuéramos dioses!
—O tal vez piense que somos sus padres.

martes, 3 de septiembre de 2019

La cueva



Abrió los ojos en la más absoluta oscuridad. ¿Dónde estoy? ¿Me he quedado ciego? Sus pensamientos se agolpaban pugnando por aflorar a la superficie entre un dolor horrible.
Palpó suavemente su nuca y encontró una zona de pelo apelmazado. He debido golpearme la cabeza. ¿Dónde estoy? Prestó atención al resto de sus sentidos. Estaba helado y predominaba un olor a humedad. En seguida captó el rumor de una corriente de agua con un eco muy perturbador. El suelo era duro, frío y suave; algún tipo de piedra.
Un flash traspasó la barrera desde su memoria. ¡La cueva!¡Estoy en la cueva! Recordó fragmentos inconexos: las ganas de explorar por fin la cueva, preparar el material con sus compañeros… ¡Mis compañeros!
¿Holaaaa? ¿Hay alguien aquí? –Solamente el eco respondió a su mensaje.
Hizo un esfuerzo consciente para regular su respiración y el palpitante dolor de su cabeza remitió ligeramente. Movió todos sus miembros, se estiró y comprobó agradecido que no tenía más heridas que la de la cabeza. Después palpó en la oscuridad su ropa: llevaba puesto un arnés sobre un mono. Tenía varios bolsillos con cremallera y los bultos revelaban que contenían varios objetos.
Tiene que haber una luz. Era consciente de que no llevaba el casco con la fuente principal de luz, así que buscó en los bolsillos con manos temblorosas, obligándose a mantener la calma. ¡Bien! Encontró una pequeña linterna. Al encenderla una luz cegadora le deslumbró. Cerró los ojos para acostumbrarse poco a poco, disfrutando del resplandor rojizo que traspasaba sus párpados, consciente de que sus ojos no habían sufrido daño.
Poco a poco se atrevió a abrir los ojos, primero un poco, luego algo más hasta que por fin fue capaz de enfocar la vista en las estalagmitas que surgían del suelo frente a él como colmillos de una gran bestia fosilizada.
Exploró alrededor de su posición y encontró la pequeña corriente de agua que había escuchado antes. Agudizó el oído pero sólo captó el sonido de la corriente y otro más ligero de gotas cayendo sobre el agua en otra parte.
La galería donde se encontraba parecía un enorme tubo que acompañaba el recorrido del agua. El dolor de cabeza era aún terrible, tenía que hacer un gran esfuerzo para pensar de forma consciente. Masajeó con cuidado sus sienes, bebió agua de la corriente e impulsivamente, decidió seguirla en su trayecto hacia delante.
Un buen rato después, la galería le condujo a una gran caverna. Las paredes y el techo quedaban fuera de su vista y pronto la corriente de agua se fundió en un negro lago cuyo límite quedaba lejos de sus sentidos. Caminó hacia la orilla y se fijó en un bulto oscuro casi en la confluencia de la corriente con el lago. Se acercó cautelosamente y la luz de la linterna fue retirando el velo de la oscuridad y su corazón se aceleró.
Delante tenía un pequeño campamento: una tienda de campaña con dos sacos de dormir, un hornillo y mucho material esparcido por el suelo.
−¿Hay alguien aquí? –Preguntó a la oscuridad, pero de nuevo sin respuesta.
Se sentó en la puerta de la tienda y se abrigó con uno de los sacos de dormir. Repasó sus opciones. Alguien me tiene que estar buscando. Decidió quedarse a esperar, pero no sabía cuánto. Con la linterna hizo inventario de todo lo que estaba a su alcance y encontró comida deshidratada y varias barritas energéticas. ¡Genial! Un soplo de buena suerte. Racionó la comida para que le durase varios días y utilizó una taza metálica para calentar agua en el hornillo y comer algo reconfortante.
Con la humeante taza aún entre las manos, disfrutando de la agradable sensación del líquido caliente que bajaba por su garganta hacia su estómago, escuchó un grito inhumano.
Se quedó congelado, la taza se le cayó de entre las manos y clavó su mirada en la oscuridad en dirección al grito. Temblando de pies a cabeza, empezó a pensar que su mente le había jugado una mala pasada cuando escuchó un segundo grito procedente de la misma dirección, aunque algo más cerca.
¡La luz! Apagó la linterna y decidió apartarse de su posición buscando seguridad. Se dirigió hacia la corriente de agua. Estaba más cerca de lo que pensaba y con las prisas se escurrió y cayó de espaldas, empapándose. Sin tiempo para más, escuchó como algo correteaba casi en su dirección y salió corriente arriba a cuatro patas, resbalando a cada paso. Se fue alejando tan silenciosamente como pudo, escuchando como aquello, lo que quiera que fuese, revolvía en su campamento.
La criatura emitió un gemido decepcionado y se alejó por donde había venido. Decididamente no era uno de sus compañeros. Algún tipo de animal. ¿Qué puede haber aquí de ese tamaño?
Muerto de miedo volvió a tientas al campamento. Guardó un saco de dormir; metió la comida y el hornillo en la bolsa del otro saco y decidió recorrer la orilla del lago en la dirección opuesta, alejándose de la criatura.
Llevaba un rato caminando por  la orilla cuando fue consciente de una mancha en la oscuridad a lo lejos. Al acercarse se fue revelando la boca de otra galería, había alguna fuente de luz allí. La intensidad de la luz cambiaba. Fuego. ¡Alguien ha tenido que encenderlo!
Su corazón se aceleró, pero el miedo a alertar a la criatura o a otros animales le impidió volver a preguntar en voz alta. En su lugar, se acercó sigilosamente al túnel, cada vez más visible. Sus ojos ya eran capaces de distinguir las sombras que proyectaban las enormes estalagmitas en el suelo. Entró en la galería, que se curvaba hacia un lado impidiendo una visión directa de la fuente de luz. Escuchaba ahora el crepitar de una hoguera y un delicioso olor a carne asada, junto a pasos de varias personas. Esperanzado aunque cauteloso, avanzó agazapado entre las estalagmitas y abrió los ojos desorbitadamente ante la imagen que se reveló tras la curva. Había encontrado a sus compañeros.
Una decena de criaturas humanoides, de un blanco cerúleo bailaban alrededor de una inmensa hoguera. Uno de sus compañeros estaba atado a un gran poste en la hoguera, asándose y desprendiendo el olor que había captado. Los demás colgaban boca abajo, aparentemente inconscientes, en una estructura de madera similar a un tendedero junto a un ciervo de gran tamaño y algunas piezas incompletas de carne de forma inclasificable. Otras criaturas se encontraban repartidas en diversas estructuras que parecían cabañas.
Estaba paralizado intentando procesar aquella escena cuando dos manos blancas, fuertes como tenazas, le inmovilizaron desde atrás y escuchó de nuevo el grito de la criatura justo a su espalda.