Abrió los
ojos en la más absoluta oscuridad. ¿Dónde
estoy? ¿Me he quedado ciego? Sus pensamientos se agolpaban pugnando
por aflorar a la superficie entre un dolor horrible.
Palpó
suavemente su nuca y encontró una zona de pelo apelmazado. He debido golpearme la cabeza. ¿Dónde estoy?
Prestó atención al resto de sus sentidos. Estaba helado y predominaba un olor a
humedad. En seguida captó el rumor de una corriente de agua con un eco muy
perturbador. El suelo era duro, frío y suave; algún tipo de piedra.
Un flash traspasó
la barrera desde su memoria. ¡La cueva!¡Estoy
en la cueva! Recordó fragmentos inconexos: las ganas de explorar por fin la
cueva, preparar el material con sus compañeros… ¡Mis compañeros!
−¿Holaaaa?
¿Hay alguien aquí? –Solamente el eco respondió a su mensaje.
Hizo un
esfuerzo consciente para regular su respiración y el palpitante dolor de su
cabeza remitió ligeramente. Movió todos sus miembros, se estiró y comprobó agradecido
que no tenía más heridas que la de la cabeza. Después palpó en la oscuridad su
ropa: llevaba puesto un arnés sobre un mono. Tenía varios bolsillos con
cremallera y los bultos revelaban que contenían varios objetos.
Tiene que haber una luz. Era consciente
de que no llevaba el casco con la fuente principal de luz, así que buscó en los
bolsillos con manos temblorosas, obligándose a mantener la calma. ¡Bien! Encontró una pequeña linterna. Al
encenderla una luz cegadora le deslumbró. Cerró los ojos para acostumbrarse
poco a poco, disfrutando del resplandor rojizo que traspasaba sus párpados,
consciente de que sus ojos no habían sufrido daño.
Poco a poco
se atrevió a abrir los ojos, primero un poco, luego algo más hasta que por fin
fue capaz de enfocar la vista en las estalagmitas que surgían del suelo frente
a él como colmillos de una gran bestia fosilizada.
Exploró
alrededor de su posición y encontró la pequeña corriente de agua que había escuchado
antes. Agudizó el oído pero sólo captó el sonido de la corriente y otro más
ligero de gotas cayendo sobre el agua en otra parte.
La galería
donde se encontraba parecía un enorme tubo que acompañaba el recorrido del agua.
El dolor de cabeza era aún terrible, tenía que hacer un gran esfuerzo para pensar
de forma consciente. Masajeó con cuidado sus sienes, bebió agua de la corriente
e impulsivamente, decidió seguirla en su trayecto hacia delante.
Un buen rato
después, la galería le condujo a una gran caverna. Las paredes y el techo quedaban
fuera de su vista y pronto la corriente de agua se fundió en un negro lago cuyo
límite quedaba lejos de sus sentidos. Caminó hacia la orilla y se fijó en un bulto
oscuro casi en la confluencia de la corriente con el lago. Se acercó
cautelosamente y la luz de la linterna fue retirando el velo de la oscuridad y
su corazón se aceleró.
Delante tenía
un pequeño campamento: una tienda de campaña con dos sacos de dormir, un
hornillo y mucho material esparcido por el suelo.
−¿Hay alguien
aquí? –Preguntó a la oscuridad, pero de nuevo sin respuesta.
Se sentó en
la puerta de la tienda y se abrigó con uno de los sacos de dormir. Repasó sus
opciones. Alguien me tiene que estar
buscando. Decidió quedarse a esperar, pero no sabía cuánto. Con la linterna
hizo inventario de todo lo que estaba a su alcance y encontró comida deshidratada
y varias barritas energéticas. ¡Genial!
Un soplo de buena suerte. Racionó la comida para que le durase varios días y utilizó
una taza metálica para calentar agua en el hornillo y comer algo reconfortante.
Con la humeante
taza aún entre las manos, disfrutando de la agradable sensación del líquido
caliente que bajaba por su garganta hacia su estómago, escuchó un grito
inhumano.
Se quedó
congelado, la taza se le cayó de entre las manos y clavó su mirada en la
oscuridad en dirección al grito. Temblando de pies a cabeza, empezó a pensar
que su mente le había jugado una mala pasada cuando escuchó un segundo grito
procedente de la misma dirección, aunque algo más cerca.
¡La luz! Apagó la linterna y decidió
apartarse de su posición buscando seguridad. Se dirigió hacia la corriente de
agua. Estaba más cerca de lo que pensaba y con las prisas se escurrió y cayó de
espaldas, empapándose. Sin tiempo para más, escuchó como algo correteaba casi
en su dirección y salió corriente arriba a cuatro patas, resbalando a cada paso.
Se fue alejando tan silenciosamente como pudo, escuchando como aquello, lo que
quiera que fuese, revolvía en su campamento.
La criatura emitió
un gemido decepcionado y se alejó por donde había venido. Decididamente no era uno
de sus compañeros. Algún tipo de animal.
¿Qué puede haber aquí de ese tamaño?
Muerto de
miedo volvió a tientas al campamento. Guardó un saco de dormir; metió la comida
y el hornillo en la bolsa del otro saco y decidió recorrer la orilla del lago
en la dirección opuesta, alejándose de la criatura.
Llevaba un
rato caminando por la orilla cuando fue
consciente de una mancha en la oscuridad a lo lejos. Al acercarse se fue revelando
la boca de otra galería, había alguna fuente de luz allí. La intensidad de la
luz cambiaba. Fuego. ¡Alguien ha tenido
que encenderlo!
Su corazón
se aceleró, pero el miedo a alertar a la criatura o a otros animales le impidió
volver a preguntar en voz alta. En su lugar, se acercó sigilosamente al túnel,
cada vez más visible. Sus ojos ya eran capaces de distinguir las sombras que proyectaban
las enormes estalagmitas en el suelo. Entró en la galería, que se curvaba hacia
un lado impidiendo una visión directa de la fuente de luz. Escuchaba ahora el crepitar
de una hoguera y un delicioso olor a carne asada, junto a pasos de varias
personas. Esperanzado aunque cauteloso, avanzó agazapado entre las estalagmitas
y abrió los ojos desorbitadamente ante la imagen que se reveló tras la curva. Había
encontrado a sus compañeros.
Una decena
de criaturas humanoides, de un blanco cerúleo bailaban alrededor de una inmensa
hoguera. Uno de sus compañeros estaba atado a un gran poste en la hoguera, asándose
y desprendiendo el olor que había captado. Los demás colgaban boca abajo, aparentemente
inconscientes, en una estructura de madera similar a un tendedero junto a un ciervo
de gran tamaño y algunas piezas incompletas de carne de forma inclasificable. Otras
criaturas se encontraban repartidas en diversas estructuras que parecían cabañas.
Estaba
paralizado intentando procesar aquella escena cuando dos manos blancas, fuertes
como tenazas, le inmovilizaron desde atrás y escuchó de nuevo el grito de la
criatura justo a su espalda.