La vieja torre
llevaba toda la vida en aquel lugar, un venerable monumento que desafiaba a quien quisiera intentar profanarlo. Su magnetismo impulsaba a todos los chiquillos del barrio a atravesar
la desvencijada valla de madera por un estrecho agujero en alguna ocasión, atravesando
el hueco que alguna vez había bloqueado un tablón, ahora una invitación para acceder
a un lugar prohibido.
Carlos era
el más valiente del grupo. Alto y fuerte para su edad, sentía que nada era demasiado
difícil para él o fuera de su alcance. Animó a los demás con un gesto mientras
se acercaba en cuclillas al agujero de la valla, mirando cuidadosamente alrededor
para evitar que los adultos le descubrieran, totalmente ignorante que aquéllos
también habían sido niños hace tiempo y la mayoría habían cruzado al otro lado.
Se clavó
unas astillas en la mano cuando se sujetó para atravesar la valla, pero no dijo nada, no
fueran a pensar que era un blando. O peor, un cobarde. El solar oculto desde la
calle se revelaba ahora delante de él, lúgubre a la sombra de la torre. Los eran
colores apagados, casi grises. El perfume de la vegetación ocultaba casi por
completo el humo de los coches de la calle y el del extractor del bar que había
en la manzana de al lado.
Poco a poco,
el resto de la pandilla fue entrando en aquel supuesto santuario, y sus caras
perplejas indicaron a Carlos que sentían algo similar.
No había
ventanas en la torre a nivel del suelo, tan sólo una inmensa puerta de madera
con enormes clavos, parecía tan sólida como antigua, una amenazadora boca que
había permanecido cerrada desde antes de que cualquiera de ellos tuviera
recuerdos.
Carlos se aproximó
a la puerta apartando los arbustos, arañándose a su paso pero fascinado cada
vez más con las grandes fauces del edificio. El inmenso ojo negro de la
cerradura parecía vigilar sus pasos.
Subió
temblando los tres gastados escalones, pulidos y rebajados por el paso de
incontables seres que pasaron por allí. Necesitó todo su valor para agacharse y
mirar por el ojo de la cerradura.
Al otro
lado, un ojo de un brillante color carmesí devolvió su mirada.
Esto es la semilla de una historia más larga. Tengo ganas de ampliarla, tal vez dentro de un tiempo...
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