El caso es que... paciencia, ya voy al meollo de la cuestión. Tengo la trama decidida; planteamiento, nudo y... casi completo el desenlace. Pero no. He dicho "casi" porque dudo en el epílogo. Un par de párrafos que pueden cambiar por completo el relato.
Y como sigo sin tenerlo claro, he decidido publicarlos todos. Sí, como si fuera una de aquellas historias de "elige tu propia aventura" que leía cuando era un chaval. En esta misma entrada tienes la mayor parte del relato, y al final del mismo pondré los enlaces a los diferentes finales.
En fin, espero que os guste. Dejadme en los comentarios vuestras preferencias y opiniones, un saludo.
DECISIÓN
Justo se
revuelve incómodo. El pequeño espacio entre los asientos no le permite estirar
las piernas y se despierta entumecido.
«Debe ser media
noche», piensa mientras recorre la cabina con su mirada, apenas sin
iluminación, una monótona escala de grises. Observa a su familia unas filas por
delante, durmiendo plácidamente como el resto de los pasajeros, a excepción del
que se sienta a su lado, un tipo moreno, alto y delgado, con un fino bigote que
le recuerda a los gondoleros venecianos que han visto en su ya casi finalizado viaje.
Dirige su
mirada al exterior a través de la ventanilla pero solo aprecia un manto negro
intenso en el que apenas se observa el ala del avión. Espera unos segundos para
ver parpadear la ya familiar luz de posición en el extremo del ala, pero ésta
no se ilumina.
«Qué
extraño, debe tratarse de una avería». Otea el pasillo en busca de una azafata
para comentárselo, pero no encuentra a ninguna en la quietud del avión.
Demasiada calma.
Demasiado silencio. «Un momento, ¿ni un ronquido?». De pronto la sangre se
hiela en sus venas y un escalofrío asciende por su columna.
−¡Los
motores! ¡Los motores no suenan! – exclama en voz alta sin proponérselo. El
familiar murmullo de los motores que lo arrullaron hasta quedarse dormido no
estaba presente, ni la vibración que lo acompaña. Estaba en un completo
silencio y absoluto reposo.
Hiperventila.
Parece que le falta el aire y vuelve a dirigir la mirada a su vecino de
asiento, que de nuevo sonríe y le dice:
−Pareces
nervioso, Justo. ¿Necesitas ayuda?
−¿Cómo sabe
mi nombre? Debo seguir soñando…
Su
acompañante suelta una sonora carcajada que habría despertado a medio avión,
pero nadie más se inmuta.
−Tranquilo,
Justo. Estás sano y salvo. Al menos por el momento.
−¿Cómo que
por el momento? ¡Mi familia! Permítame salir, por favor, debo ir con mi mujer y
mis hijos.
Justo se
levanta e intenta pasar pero el tipo no se mueve.
−Mire, no
deseo parecer brusco, pero necesito salir. Haga el favor de apartarse.
−Está bien-
dice el tipo del bigote mientras Justo sale al pasillo-. Tómate tu tiempo, pero
no queda mucho para decidir.
Justo se
detiene sorprendido. Se vuelve indeciso entre el enfado y la sorpresa.
-¿Decidir?
¿Decidir qué?
El tipo del
bigote sonríe mostrando unos dientes de un blanco casi fluorescente. Parece
disfrutar con la confusión de Justo.
−Verás,
Justo. Se te ha concedido una oportunidad. ¡Un privilegio, para ser exacto!-
Comenta con alegría.
−No entiendo
nada. ¿Quién es usted? ¿Por qué no hay nadie más despierto?
-¡Excelente!
Las primeras preguntas inteligentes. Aunque quién soy yo carece de importancia.
Me han dado muchos nombres a lo largo de la historia, pero considérame un
pequeño benefactor.
−¡No se ande
por las ramas!- Espeta justo contrayendo todos los músculos.
−Tranquilízate,
Justo. No se pueden tomar decisiones importantes en ese estado de ánimo.
A Justo le
parece el colmo. Agarra con fuerza el brazo del asiento mientras acerca su rostro
enrojecido al del tipo con bigote y le dice enseñando los dientes con el labio
contraído por la rabia:
−No sé quién
piensa usted que es, pero me estoy cansando de este juego…
La carcajada
del tipo le sorprende.
−Justo, no
la tomes con el mensajero. Estoy aquí para ayudarte.
−¿Ayudarme a
qué?
−Buena
pregunta. Estoy aquí para permitirte salvar a uno de tus hijos.
La cabeza le
da vueltas, retrocede un poco y tropieza con el asiento al otro lado del
pasillo, quedándose sentado en el reposabrazos.
−¿Salvarles
de qué? No entiendo nada…− de pronto se incorpora y corre hacia su familia. Su
mujer y sus hijos están inmóviles. Una lágrima cae por su cara mientras se
percata de que no respiran, pero están calientes. Cae de rodillas al lado de su
esposa con la cabeza agachada y un temblor en el labio.
El tipo del
bigote se acerca y apoya su mano en el hombro de Justo, que se retira
bruscamente nada más sentir el contacto y queda sentado en el suelo.
−¡No me
toque!
−Tranquilízate,
Justo. No están muertos. Al menos todavía.
−¿Cómo que
todavía?−Exclama abriendo los ojos como un demente mientras se incorpora.
−Si me lo
permites, te explicaré que va a suceder. Pero antes toma asiento, por favor.
Justo y el
tipo del bigote localizan dos asientos libres, uno a cada lado del pasillo, y
se sientan uno frente al otro. El tipo del bigote sonríe de nuevo y comienza a
hablar.
−Como ya te
habrás dado cuenta, el tiempo tal y como estás acostumbrado a percibirlo, se ha
detenido. También te he dicho que se te ha concedido una oportunidad: salvar a
uno de tus hijos.
−¿Cómo dice?
¿De qué se supone que debo de salvar a mis hijos?
−A uno sólo,
Justo. Este avión va a sufrir un accidente y parte de sus ocupantes van a morir−
dice el tipo con su perenne sonrisa.
Justo se
siente enfermo. Cubre su cara con sus manos mientras intenta ordenar sus
pensamientos. «Esto no puede estar pasando», piensa con creciente angustia y
dice:
−¿Por qué? ¿Quién
ha decidido eso?
−No me
corresponde decírtelo, pero no soy yo quien tiene potestad alguna sobre ello.
Sólo estoy aquí para ofrecerte la posibilidad de elegir.
−¿Y si me
niego? Nadie puede elegir entre sus hijos. ¡Es diabólico!
La sonrisa
del tipo se ensancha un poco más al escuchar esas palabras.
−No es tu
obligación, claro está. Pero si no tomas la decisión ambos morirán en el
accidente.
Justo golpea
su frente con sus manos y contrae todo el cuerpo.
−¡No es
posible! ¡Elija usted! Si no puedo salvar a ambos, prefiero delegar esa
decisión.
−Esto no
funciona así, Justo. Tú, y solamente tú tienes la decisión de salvar a uno de
ellos. Si no la tomas, te recuerdo que ambos quedarán reducidos a cenizas…
−Esto no
puede estar pasando, es un mal sueño− dice mientras se levanta y camina
tambaleándose como un borracho hacia la cola del avión. Se pellizca en la cara,
se da un par de fuertes bofetadas pero nada sucede. Sin proponérselo ha llegado
hasta el aseo. Abre la puerta, se introduce a duras penas en el estrecho
espacio y cierra tras de sí, intentando levantar una barrera protectora con
aquella locura.
Observa su
imagen en el espejo. Casi no se reconoce, pálido y ojeroso. Abre el grifo y se
lava la cara unos segundos que le parecen una eternidad cuando escucha que
alguien llama a la puerta.
−Justo, se
nos acaba el tiempo. Debes tomar una decisión.
Cierra el
grifo y sin secarse abre violentamente la puerta. El tipo se aparta a un lado y
le indica con un gesto que se dirija de nuevo a su asiento.
−El tiempo
parece haberse detenido, pero no es en absoluto así. Y se acaba el plazo para
decidir. ¿Has pensado ya a quién salvarás? ¿A tu hija? Recuerda todos los
buenos momentos con esa preciosa criatura, tu querida princesa. ¿Al pequeñín?
Tan tierno, tan adorable…
−¡Ya basta!−
dice Justo y se vuelve violentamente contra el tipo del bigote. Intenta
acercarse pero sus músculos no responden, está completamente paralizado.
−Oh, vamos
Justo. Comportémonos como seres inteligentes y civilizados. Algunos darían todo
lo que tienen por poder volver a tener al lado a un familiar fallecido, no
desperdicies tu oportunidad.
Justo nota
que vuelve a controlar su cuerpo, se queda mirando sus manos un segundo y
levantando un poco la cabeza mira amenazadoramente al tipo del bigote. Está
claro que no va a poder con él usando la violencia, y se calma un poco pensando
que tampoco tiene sentido. «A quién voy a salvar? No puedo hacerlo» piensa con
impotencia mientras las lágrimas se agolpan en sus ojos, incapaz de razonar
ordenadamente.
«Por la
fuerza no lo voy a conseguir. Piensa, Justo» se dice a sí mismo. El tipo sigue sonriendo. «Le borraría
la sonrisa de la cara de un puñetazo si consiguiera acercarme. ¿Cómo salgo de
esta situación? ¿Cómo salvo a ambos?»
−Tic, tac,
tic, tac… Se acaba el tiempo Justo− dice el tipo del bigote.
«¿Qué dijo
antes? Que hay gente que daría lo que fuera… ¿Darían incluso su vida? No tiene
sentido… ¿O sí?» Justo piensa frenéticamente mientras observa alrededor en
busca de algo que pueda ayudarle.
Su mirada se
detiene en la puerta de emergencia. Su familia tiene los cinturones puestos,
así como la mayoría de los pasajeros, aunque no todos.
«¡Eso es!»
Justo abre mucho los ojos al darse cuenta de una posible solución a su dilema.
Había visto en televisión como una descompresión de la cabina arroja todo al
exterior. «Puede ser, ¡puede funcionar! Si consigo abrir la puerta de emergencia
lanzaré al tipo al vacío y salvaré a mi familia. Tal vez pueda agarrarme a algo
y lo consiga yo también.»
Sin más
alternativas en mente, Justo mira al tipo con bigote y dice:
−Está bien.
Lo haré. Pero necesito un momento a solas, por favor.
−Claro Justo,
tómate tu tiempo, pero no demasiado que el tiempo está casi agotado- responde
el tipo sentándose sin dejar de sonreir.
Justo se
dirige de nuevo en dirección al aseo pero antes de llegar se lanza a la puerta
de emergencia, gira la palanca hacia arriba y en lo que le parece una
eternidad, la puerta se abre.
Apenas
consigue agarrarse al asiento contiguo cuando el tiempo reanuda su ritmo
normal. El sonido del aire escapando de la cabina apenas amortigua los gritos y
las alarmas. Las luces parpadean y las mascarillas han salido de sus
compartimentos y cuelgan como ahorcados mientras los desesperados pasajeros que
aún siguen atados a sus asientos intentan cogerlas para respirar.
Los objetos
vuelan a través del hueco de la puerta golpeándole. Casi se suelta cuando un
pasajero impacta con él al salir despedido. Varios pasajeros más son
succionados fuera del avión, entre ellos el tipo del bigote que sigue sonriendo
mientras mira a Justo con expresión de aprobación cuando sale lanzado al
exterior completamente relajado.
Con cierto
alivio, Justo dirige la mirada hacia su familia y observa horrorizado como el
cinturón de uno de sus hijos está flojo y su esposa trata desesperadamente de
sujetarlo. Puede ver cómo la manita se va soltando lentamente de la de su madre
y en un instante sale despedido hacia la puerta.
Justo suelta
una de sus manos y consigue agarrar a la criatura antes de que salga del avión,
pero la otra mano, la que les aferra a ambos a la vida, empieza a resbalar por
el sudor. Aprieta los dientes y al mismo tiempo los dedos con todas sus
fuerzas, notando como milímetro a milímetro se va escurriendo. Justo suelta un
grito desgarrador mientras trata de sujetarse con todas sus fuerzas, pero al
final resbala y sale despedido del avión con su hijo de la mano hacia la
inmensa negrura.
Hola de nuevo, querido lector. Tal vez llegado a este punto debería haberme despedido del pobre Justo, obligado a tomar una decisión imposible. Mi error fue ir más allá y tratar de cerrar el relato con un epílogo. Si lo deseas, puedes encontrar las alternativas más adelante. Tal vez alguna sea de tu gusto, o tal vez prefieras olvidarlas y terminar el relato aquí. En cualquier caso, gracias por leerlo.
Aquí te dejo los enlaces a los distintos finales. Pero cuidado, el relato cambia mucho con cada uno y tal vez no haya vuelto atrás.
Primer final
Segundo final
Tercer final
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