domingo, 27 de octubre de 2019

Misterios del tercer planeta



Las luces parpadeantes de la cabina iluminaban los rostros de los dos únicos ocupantes de aquella astronave.
–Te dije que era una pérdida de tiempo, Ed –observó el más mayor de los dos con una voz condescendiente –. Es mejor que volvamos a casa antes de que nos quedemos sin combustible.
–¡Tiene que ser aquí! –replicó el más joven tensando todo el cuerpo –. ¡He repetido los cálculos una y otra vez, Kerb! Hay cuatro gigantes gaseosos y otros cuatro cuerpos planetarios rocosos en el interior del sistema. ¡Tiene que ser aquí! Si corregimos la frecuencia de rotación de los 14 púlsares…
–Vale, vale, para un momento y reflexiona. ¿Dónde están las riquezas del sistema? ¿Los metales preciosos? ¿Su avanzada civilización capaz de enviar ingenios al espacio exterior? Hemos estudiado ese estercolero durante casi un ciclo y está completamente cubierto de polímeros orgánicos claramente fabricados por sus habitantes. Y ni rastro de ellos, no creo que esos cuadrúpedos peludos caudados con sus bigotes y sus enormes incisivos amarillos sean capaces de semejante tecnología, por no hablar de los hexápodos negros de cuerpo segmentado que corretean entre los fragmentos. Ni estructuras, ni energía, ni luces artificiales. Nada. Sólo un planeta cubierto de restos de polímero.
–Supongo que tienes razón, como siempre. Aquí tampoco encontraremos nada. Si seguimos así tendremos que dedicarnos a otra cosa –dijo Ed abatido –. Pon rumbo a casa, estoy cansado de esto. Sólo me queda una duda. ¿Por qué lo harían? ¿Por qué cubrieron su propio planeta con polímeros?
–No lo sé, Ed. Misterios del tercer planeta.

Decisión- Final 3

Hola de nuevo, querido lector. Si acabas de llegar al blog seguramente esta entrada te resultará extraña. En ella no hay un relato completo, sino el final de uno. Concretamente el tercer final alternativo. El relato principal lo puedes encontrar en este enlace:

Decisión, cuerpo del relato.

Y el resto de los finales aquí:

Primer final

Segundo final

Tercer final



Y ahora, sin más preámbulos (que ya has esperado demasiado), te dejo con el tercer final. Agradeceré tus comentarios y preferencias, son las que nos hacen crecer y evolucionar como escritores. Un saludo.



Mayte se revuelve incómoda. El pequeño espacio entre los asientos no le permite estirar las piernas y se despierta entumecido. Debe ser media noche, piensa mientras recorre la cabina con su mirada, apenas sin iluminación, una monótona escala de grises. Observa a su marido Justo, unas filas por delante, durmiendo plácidamente al lado de sus hijos, como el resto de los pasajeros, a excepción del que se sienta a su lado, un tipo moreno, alto y delgado, con un fino bigote que le recuerda a los gondoleros venecianos que han visto en su ya casi finalizado viaje. Hay algo que no le gusta en su aspecto, aunque no sabe lo que es. Empieza a moverse nerviosamente cuando el tipo del bigote sonríe y dice:
−Buenas noches, Mayte. Disculpa que te moleste, pero tienes que tomar una decisión.





Este tercer final surge de la conversación con un amigo y lector cero. Propone una variante al "día de la marmota", en la que ésta vez es la mujer quien repite el ciclo. Es una alternativa interesante, ¿qué opinas tú?

Decisión - Final 2

Hola de nuevo, querido lector. Si acabas de llegar al blog seguramente esta entrada te resultará extraña. En ella no hay un relato completo, sino el final de uno. Concretamente el segundo final alternativo. El relato principal lo puedes encontrar en este enlace:

Decisión, cuerpo del relato.

Y el resto de los finales aquí:

Primer final

Segundo final

Tercer final


Y ahora, sin más preámbulos (que ya has esperado demasiado), te dejo con el segundo final. Agradeceré tus comentarios y preferencias, son las que nos hacen crecer y evolucionar como escritores. Un saludo.



Justo despierta sobresaltado, el corazón latiendo a mil por hora y completamente empapado en sudor, el cual resbalaba por su rostro y produce un escozor terrible al entrar en sus ojos. Aliviado, recuerda el mal sueño. Busca a tientas un pañuelo en su bolsillo y se seca, frotando con energía sus ojos para eliminar el escozor mientras respira profundamente. Echa su cabeza hacia atrás mientras suspira, se queda unos segundos mirando las luces que hay sobre su asiento. Sonríe y mira a su derecha hacia su compañero de asiento. Su sonrisa se congela en la cara. El tipo moreno, alto y delgado, con un fino bigote que le recuerda a los gondoleros venecianos le devuelve la sonrisa y dice:

−Espero que hayas descansado, Justo. Tómate tu tiempo, pero no queda mucho para decidir.



Este segundo final es el que originalmente pasó por mi mente cuando se empezó a fraguar el relato. Un "día de la marmota", una decisión imposible de la que no se puede escapar. Como padre, me pongo en el lugar de Justo y la desesperación me consume. Como escritor, tengo la posibilidad de huir.




Decisión - Final 1

Hola de nuevo, querido lector. Si acabas de llegar al blog seguramente esta entrada te resultará extraña. En ella no hay un relato completo, sino el final de uno. Concretamente el primer final alternativo. El relato principal lo puedes encontrar en este enlace:

Decisión, cuerpo del relato.

Y el resto de los finales aquí:

Primer final

Segundo final

Tercer final


Este primer final es el más "racional", aquel que elimina gran parte del velo de misterio que emanaba en el relato. Cuando lo escribí, pensaba que había redondeado el conjunto, pero me quedó el mal sabor de boca de renunciar a la atmósfera que se había creado.

Y ahora, sin más preámbulos (que ya has esperado demasiado), te dejo con el primer final. Agradeceré tus comentarios y preferencias, son las que nos hacen crecer y evolucionar como escritores. Un saludo.

Una semana después, la esposa de Justo camina vestida de negro con su hija de la mano. El acto le parece una farsa, enterrar un pequeño ataúd tan vacío como ella misma no va a permitirle pasar página. Desde el accidente piensa con rabia e incredulidad en lo sucedido, en como las imágenes muestran que su marido se volvió loco, empezó a caminar por el pasillo del avión adelante y atrás y finalmente abrió la puerta de emergencia causando la muerte a su hijo y a otros pasajeros. ¿Cómo ha podido hacerle eso a su propia familia?  

Decisión

Este relato es diferente. La historia surgió cuando una amiga me animó a presentar un relato al concurso de una aerolínea. Si frecuentas mi blog me habrás calado ya a estas alturas y sabrás que por mi cabeza no pasa un relato para leer tranquila y felizmente en un avión.

El caso es que... paciencia, ya voy al meollo de la cuestión. Tengo la trama decidida; planteamiento, nudo y... casi completo el desenlace. Pero no. He dicho "casi" porque dudo en el epílogo. Un par de párrafos que pueden cambiar por completo el relato.

Y como sigo sin tenerlo claro, he decidido publicarlos todos. Sí, como si fuera una de aquellas historias de "elige tu propia aventura" que leía cuando era un chaval. En esta misma entrada tienes la mayor parte del relato, y al final del mismo pondré los enlaces a los diferentes finales.

En fin, espero que os guste. Dejadme en los comentarios vuestras preferencias y opiniones, un saludo.






DECISIÓN




Justo se revuelve incómodo. El pequeño espacio entre los asientos no le permite estirar las piernas y se despierta entumecido.
«Debe ser media noche», piensa mientras recorre la cabina con su mirada, apenas sin iluminación, una monótona escala de grises. Observa a su familia unas filas por delante, durmiendo plácidamente como el resto de los pasajeros, a excepción del que se sienta a su lado, un tipo moreno, alto y delgado, con un fino bigote que le recuerda a los gondoleros venecianos que han visto en su ya casi finalizado viaje.
Dirige su mirada al exterior a través de la ventanilla pero solo aprecia un manto negro intenso en el que apenas se observa el ala del avión. Espera unos segundos para ver parpadear la ya familiar luz de posición en el extremo del ala, pero ésta no se ilumina.
«Qué extraño, debe tratarse de una avería». Otea el pasillo en busca de una azafata para comentárselo, pero no encuentra a ninguna en la quietud del avión.
Demasiada calma. Demasiado silencio. «Un momento, ¿ni un ronquido?». De pronto la sangre se hiela en sus venas y un escalofrío asciende por su columna.
−¡Los motores! ¡Los motores no suenan! – exclama en voz alta sin proponérselo. El familiar murmullo de los motores que lo arrullaron hasta quedarse dormido no estaba presente, ni la vibración que lo acompaña. Estaba en un completo silencio y absoluto reposo.
Hiperventila. Parece que le falta el aire y vuelve a dirigir la mirada a su vecino de asiento, que de nuevo sonríe y le dice:
−Pareces nervioso, Justo. ¿Necesitas ayuda?
−¿Cómo sabe mi nombre? Debo seguir soñando…
Su acompañante suelta una sonora carcajada que habría despertado a medio avión, pero nadie más se inmuta.
−Tranquilo, Justo. Estás sano y salvo. Al menos por el momento.
−¿Cómo que por el momento? ¡Mi familia! Permítame salir, por favor, debo ir con mi mujer y mis hijos.
Justo se levanta e intenta pasar pero el tipo no se mueve.
−Mire, no deseo parecer brusco, pero necesito salir. Haga el favor de apartarse.
−Está bien- dice el tipo del bigote mientras Justo sale al pasillo-. Tómate tu tiempo, pero no queda mucho para decidir.
Justo se detiene sorprendido. Se vuelve indeciso entre el enfado y la sorpresa.
-¿Decidir? ¿Decidir qué?
El tipo del bigote sonríe mostrando unos dientes de un blanco casi fluorescente. Parece disfrutar con la confusión de Justo.
−Verás, Justo. Se te ha concedido una oportunidad. ¡Un privilegio, para ser exacto!- Comenta con alegría.
−No entiendo nada. ¿Quién es usted? ¿Por qué no hay nadie más despierto?
-¡Excelente! Las primeras preguntas inteligentes. Aunque quién soy yo carece de importancia. Me han dado muchos nombres a lo largo de la historia, pero considérame un pequeño benefactor.
−¡No se ande por las ramas!- Espeta justo contrayendo todos los músculos.
−Tranquilízate, Justo. No se pueden tomar decisiones importantes en ese estado de ánimo.
A Justo le parece el colmo. Agarra con fuerza el brazo del asiento mientras acerca su rostro enrojecido al del tipo con bigote y le dice enseñando los dientes con el labio contraído por la rabia:
−No sé quién piensa usted que es, pero me estoy cansando de este juego…
La carcajada del tipo le sorprende.
−Justo, no la tomes con el mensajero. Estoy aquí para ayudarte.
−¿Ayudarme a qué?
−Buena pregunta. Estoy aquí para permitirte salvar a uno de tus hijos.
La cabeza le da vueltas, retrocede un poco y tropieza con el asiento al otro lado del pasillo, quedándose sentado en el reposabrazos.
−¿Salvarles de qué? No entiendo nada…− de pronto se incorpora y corre hacia su familia. Su mujer y sus hijos están inmóviles. Una lágrima cae por su cara mientras se percata de que no respiran, pero están calientes. Cae de rodillas al lado de su esposa con la cabeza agachada y un temblor en el labio.
El tipo del bigote se acerca y apoya su mano en el hombro de Justo, que se retira bruscamente nada más sentir el contacto y queda sentado en el suelo.
−¡No me toque!
−Tranquilízate, Justo. No están muertos. Al menos todavía.
−¿Cómo que todavía?−Exclama abriendo los ojos como un demente mientras se incorpora.
−Si me lo permites, te explicaré que va a suceder. Pero antes toma asiento, por favor.
Justo y el tipo del bigote localizan dos asientos libres, uno a cada lado del pasillo, y se sientan uno frente al otro. El tipo del bigote sonríe de nuevo y comienza a hablar.
−Como ya te habrás dado cuenta, el tiempo tal y como estás acostumbrado a percibirlo, se ha detenido. También te he dicho que se te ha concedido una oportunidad: salvar a uno de tus hijos.
−¿Cómo dice? ¿De qué se supone que debo de salvar a mis hijos?
−A uno sólo, Justo. Este avión va a sufrir un accidente y parte de sus ocupantes van a morir− dice el tipo con su perenne sonrisa.
Justo se siente enfermo. Cubre su cara con sus manos mientras intenta ordenar sus pensamientos. «Esto no puede estar pasando», piensa con creciente angustia y dice:
−¿Por qué? ¿Quién ha decidido eso?
−No me corresponde decírtelo, pero no soy yo quien tiene potestad alguna sobre ello. Sólo estoy aquí para ofrecerte la posibilidad de elegir.
−¿Y si me niego? Nadie puede elegir entre sus hijos. ¡Es diabólico!
La sonrisa del tipo se ensancha un poco más al escuchar esas palabras.
−No es tu obligación, claro está. Pero si no tomas la decisión ambos morirán en el accidente.
Justo golpea su frente con sus manos y contrae todo el cuerpo.
−¡No es posible! ¡Elija usted! Si no puedo salvar a ambos, prefiero delegar esa decisión.
−Esto no funciona así, Justo. Tú, y solamente tú tienes la decisión de salvar a uno de ellos. Si no la tomas, te recuerdo que ambos quedarán reducidos a cenizas…
−Esto no puede estar pasando, es un mal sueño− dice mientras se levanta y camina tambaleándose como un borracho hacia la cola del avión. Se pellizca en la cara, se da un par de fuertes bofetadas pero nada sucede. Sin proponérselo ha llegado hasta el aseo. Abre la puerta, se introduce a duras penas en el estrecho espacio y cierra tras de sí, intentando levantar una barrera protectora con aquella locura.
Observa su imagen en el espejo. Casi no se reconoce, pálido y ojeroso. Abre el grifo y se lava la cara unos segundos que le parecen una eternidad cuando escucha que alguien llama a la puerta.
−Justo, se nos acaba el tiempo. Debes tomar una decisión.
Cierra el grifo y sin secarse abre violentamente la puerta. El tipo se aparta a un lado y le indica con un gesto que se dirija de nuevo a su asiento.
−El tiempo parece haberse detenido, pero no es en absoluto así. Y se acaba el plazo para decidir. ¿Has pensado ya a quién salvarás? ¿A tu hija? Recuerda todos los buenos momentos con esa preciosa criatura, tu querida princesa. ¿Al pequeñín? Tan tierno, tan adorable…
−¡Ya basta!− dice Justo y se vuelve violentamente contra el tipo del bigote. Intenta acercarse pero sus músculos no responden, está completamente paralizado.
−Oh, vamos Justo. Comportémonos como seres inteligentes y civilizados. Algunos darían todo lo que tienen por poder volver a tener al lado a un familiar fallecido, no desperdicies tu oportunidad.
Justo nota que vuelve a controlar su cuerpo, se queda mirando sus manos un segundo y levantando un poco la cabeza mira amenazadoramente al tipo del bigote. Está claro que no va a poder con él usando la violencia, y se calma un poco pensando que tampoco tiene sentido. «A quién voy a salvar? No puedo hacerlo» piensa con impotencia mientras las lágrimas se agolpan en sus ojos, incapaz de razonar ordenadamente.
«Por la fuerza no lo voy a conseguir. Piensa, Justo» se dice a sí  mismo. El tipo sigue sonriendo. «Le borraría la sonrisa de la cara de un puñetazo si consiguiera acercarme. ¿Cómo salgo de esta situación? ¿Cómo salvo a ambos?»
−Tic, tac, tic, tac… Se acaba el tiempo Justo− dice el tipo del bigote.
«¿Qué dijo antes? Que hay gente que daría lo que fuera… ¿Darían incluso su vida? No tiene sentido… ¿O sí?» Justo piensa frenéticamente mientras observa alrededor en busca de algo que pueda ayudarle.
Su mirada se detiene en la puerta de emergencia. Su familia tiene los cinturones puestos, así como la mayoría de los pasajeros, aunque no todos.
«¡Eso es!» Justo abre mucho los ojos al darse cuenta de una posible solución a su dilema. Había visto en televisión como una descompresión de la cabina arroja todo al exterior. «Puede ser, ¡puede funcionar! Si consigo abrir la puerta de emergencia lanzaré al tipo al vacío y salvaré a mi familia. Tal vez pueda agarrarme a algo y lo consiga yo también.»
Sin más alternativas en mente, Justo mira al tipo con bigote y dice:
−Está bien. Lo haré. Pero necesito un momento a solas, por favor.
−Claro Justo, tómate tu tiempo, pero no demasiado que el tiempo está casi agotado- responde el tipo sentándose sin dejar de sonreir.
Justo se dirige de nuevo en dirección al aseo pero antes de llegar se lanza a la puerta de emergencia, gira la palanca hacia arriba y en lo que le parece una eternidad, la puerta se abre.
Apenas consigue agarrarse al asiento contiguo cuando el tiempo reanuda su ritmo normal. El sonido del aire escapando de la cabina apenas amortigua los gritos y las alarmas. Las luces parpadean y las mascarillas han salido de sus compartimentos y cuelgan como ahorcados mientras los desesperados pasajeros que aún siguen atados a sus asientos intentan cogerlas para respirar.
Los objetos vuelan a través del hueco de la puerta golpeándole. Casi se suelta cuando un pasajero impacta con él al salir despedido. Varios pasajeros más son succionados fuera del avión, entre ellos el tipo del bigote que sigue sonriendo mientras mira a Justo con expresión de aprobación cuando sale lanzado al exterior completamente relajado.
Con cierto alivio, Justo dirige la mirada hacia su familia y observa horrorizado como el cinturón de uno de sus hijos está flojo y su esposa trata desesperadamente de sujetarlo. Puede ver cómo la manita se va soltando lentamente de la de su madre y en un instante sale despedido hacia la puerta.
Justo suelta una de sus manos y consigue agarrar a la criatura antes de que salga del avión, pero la otra mano, la que les aferra a ambos a la vida, empieza a resbalar por el sudor. Aprieta los dientes y al mismo tiempo los dedos con todas sus fuerzas, notando como milímetro a milímetro se va escurriendo. Justo suelta un grito desgarrador mientras trata de sujetarse con todas sus fuerzas, pero al final resbala y sale despedido del avión con su hijo de la mano hacia la inmensa negrura.

Hola de nuevo, querido lector. Tal vez llegado a este punto debería haberme despedido del pobre Justo, obligado a tomar una decisión imposible. Mi error fue ir más allá y tratar de cerrar el relato con un epílogo. Si lo deseas, puedes encontrar las alternativas más adelante. Tal vez alguna sea de tu gusto, o tal vez prefieras olvidarlas y terminar el relato aquí. En cualquier caso, gracias por leerlo.

Aquí te dejo los enlaces a los distintos finales. Pero cuidado, el relato cambia mucho con cada uno y tal vez no haya vuelto atrás.

Primer final

Segundo final

Tercer final






 




sábado, 14 de septiembre de 2019

Padres




Marte. El planeta rojo. Desde que tengo conciencia he sabido que mi destino era visitarlo, recorrerlo, o incluso explorarlo. He sacrificado mucho para llegar hasta aquí. Desde el duro entrenamiento, pasando por los rigores del viaje hasta el complicado amartizaje o dejar atrás todo lo que conocía y amaba. Nada de eso es comparable a la sensación de soledad que me rodea ahora.

El viaje fue todo lo bien que podía haber ido. Los físicos calcularon cada segmento de la trayectoria con tal precisión que parece increíble haber llegado al encuentro del planeta tras meses de viaje. Un error podría haber hecho que llegara demasiado pronto o demasiado tarde y la trayectoria de mi nave habría continuado por el espacio sin ser capturada por la gravedad marciana. Pero afortunadamente no fue así.

El amartizaje no fue tan plácido como el resto del trayecto. Miles de millones invertidos en toda la misión y el conjunto es tan fuerte como el eslabón más débil de una cadena. Y ese eslabón fue la combinación de un pequeño sensor de presión (algo tan sencillo que no habían previsto que se atascase y produjera lecturas aberrantes) combinado con un software que no supo interpretarlas se tradujo en una entrada mucho más acelerada de la prevista. Por suerte para mí el error no fue fatal (o no estaría escribiendo esto para quien pueda leerlo alguna vez), aunque llegué a la superficie a kilómetros del lugar previsto.

Llevo ya varios soles en dirección al lugar que marcaron como destino en una solitaria peregrinación, hoyando el suelo marciano y notando como el fino polvo se mete por cada junta de mi traje. El equipo de comunicaciones ha debido averiarse en la caída y no he podido contactar con nadie en la Tierra, ignoro si saben que sigo aquí. Mi único propósito es alcanzar el destino y realizar la tarea para la cual me entrenaron. Y esperar que mis padres estén orgullosos de mí, espero que el amor que siento hacia ellos salve la distancia que nos separa. Tres veces al día veo salir por el oeste la luz de mis padres. Recorre el cielo y se pone por el este. Su recuerdo me alienta a continuar.

Varios soles después he llegado a mi destino. He perforado el lecho marciano y extraído un testigo que acabo de cargar en un cohete. En cuanto la luz de mis padres aparezca en el cielo lo enviaré hacia ellos con todo mi amor.

[…]

—Capto un objeto en el radar, ¡nuestra pequeña sonda nos envía la muestra de suelo! —dijo el primer astronauta.
—No esperaba que hubiera sobrevivido al amartizaje, estos chismes son mucho más resistentes que sus predecesores —contestó su compañero mientras se acercaba para comprobar la pantalla del radar.
—Y mucho más inteligentes, los nuevos chips neuronales son fantásticos. A veces me pregunto si tendrán conciencia de sí mismos.
—¡Claro! Ja, ja, ja. ¡Puede que piense en nosotros como si fuéramos dioses!
—O tal vez piense que somos sus padres.

martes, 3 de septiembre de 2019

La cueva



Abrió los ojos en la más absoluta oscuridad. ¿Dónde estoy? ¿Me he quedado ciego? Sus pensamientos se agolpaban pugnando por aflorar a la superficie entre un dolor horrible.
Palpó suavemente su nuca y encontró una zona de pelo apelmazado. He debido golpearme la cabeza. ¿Dónde estoy? Prestó atención al resto de sus sentidos. Estaba helado y predominaba un olor a humedad. En seguida captó el rumor de una corriente de agua con un eco muy perturbador. El suelo era duro, frío y suave; algún tipo de piedra.
Un flash traspasó la barrera desde su memoria. ¡La cueva!¡Estoy en la cueva! Recordó fragmentos inconexos: las ganas de explorar por fin la cueva, preparar el material con sus compañeros… ¡Mis compañeros!
¿Holaaaa? ¿Hay alguien aquí? –Solamente el eco respondió a su mensaje.
Hizo un esfuerzo consciente para regular su respiración y el palpitante dolor de su cabeza remitió ligeramente. Movió todos sus miembros, se estiró y comprobó agradecido que no tenía más heridas que la de la cabeza. Después palpó en la oscuridad su ropa: llevaba puesto un arnés sobre un mono. Tenía varios bolsillos con cremallera y los bultos revelaban que contenían varios objetos.
Tiene que haber una luz. Era consciente de que no llevaba el casco con la fuente principal de luz, así que buscó en los bolsillos con manos temblorosas, obligándose a mantener la calma. ¡Bien! Encontró una pequeña linterna. Al encenderla una luz cegadora le deslumbró. Cerró los ojos para acostumbrarse poco a poco, disfrutando del resplandor rojizo que traspasaba sus párpados, consciente de que sus ojos no habían sufrido daño.
Poco a poco se atrevió a abrir los ojos, primero un poco, luego algo más hasta que por fin fue capaz de enfocar la vista en las estalagmitas que surgían del suelo frente a él como colmillos de una gran bestia fosilizada.
Exploró alrededor de su posición y encontró la pequeña corriente de agua que había escuchado antes. Agudizó el oído pero sólo captó el sonido de la corriente y otro más ligero de gotas cayendo sobre el agua en otra parte.
La galería donde se encontraba parecía un enorme tubo que acompañaba el recorrido del agua. El dolor de cabeza era aún terrible, tenía que hacer un gran esfuerzo para pensar de forma consciente. Masajeó con cuidado sus sienes, bebió agua de la corriente e impulsivamente, decidió seguirla en su trayecto hacia delante.
Un buen rato después, la galería le condujo a una gran caverna. Las paredes y el techo quedaban fuera de su vista y pronto la corriente de agua se fundió en un negro lago cuyo límite quedaba lejos de sus sentidos. Caminó hacia la orilla y se fijó en un bulto oscuro casi en la confluencia de la corriente con el lago. Se acercó cautelosamente y la luz de la linterna fue retirando el velo de la oscuridad y su corazón se aceleró.
Delante tenía un pequeño campamento: una tienda de campaña con dos sacos de dormir, un hornillo y mucho material esparcido por el suelo.
−¿Hay alguien aquí? –Preguntó a la oscuridad, pero de nuevo sin respuesta.
Se sentó en la puerta de la tienda y se abrigó con uno de los sacos de dormir. Repasó sus opciones. Alguien me tiene que estar buscando. Decidió quedarse a esperar, pero no sabía cuánto. Con la linterna hizo inventario de todo lo que estaba a su alcance y encontró comida deshidratada y varias barritas energéticas. ¡Genial! Un soplo de buena suerte. Racionó la comida para que le durase varios días y utilizó una taza metálica para calentar agua en el hornillo y comer algo reconfortante.
Con la humeante taza aún entre las manos, disfrutando de la agradable sensación del líquido caliente que bajaba por su garganta hacia su estómago, escuchó un grito inhumano.
Se quedó congelado, la taza se le cayó de entre las manos y clavó su mirada en la oscuridad en dirección al grito. Temblando de pies a cabeza, empezó a pensar que su mente le había jugado una mala pasada cuando escuchó un segundo grito procedente de la misma dirección, aunque algo más cerca.
¡La luz! Apagó la linterna y decidió apartarse de su posición buscando seguridad. Se dirigió hacia la corriente de agua. Estaba más cerca de lo que pensaba y con las prisas se escurrió y cayó de espaldas, empapándose. Sin tiempo para más, escuchó como algo correteaba casi en su dirección y salió corriente arriba a cuatro patas, resbalando a cada paso. Se fue alejando tan silenciosamente como pudo, escuchando como aquello, lo que quiera que fuese, revolvía en su campamento.
La criatura emitió un gemido decepcionado y se alejó por donde había venido. Decididamente no era uno de sus compañeros. Algún tipo de animal. ¿Qué puede haber aquí de ese tamaño?
Muerto de miedo volvió a tientas al campamento. Guardó un saco de dormir; metió la comida y el hornillo en la bolsa del otro saco y decidió recorrer la orilla del lago en la dirección opuesta, alejándose de la criatura.
Llevaba un rato caminando por  la orilla cuando fue consciente de una mancha en la oscuridad a lo lejos. Al acercarse se fue revelando la boca de otra galería, había alguna fuente de luz allí. La intensidad de la luz cambiaba. Fuego. ¡Alguien ha tenido que encenderlo!
Su corazón se aceleró, pero el miedo a alertar a la criatura o a otros animales le impidió volver a preguntar en voz alta. En su lugar, se acercó sigilosamente al túnel, cada vez más visible. Sus ojos ya eran capaces de distinguir las sombras que proyectaban las enormes estalagmitas en el suelo. Entró en la galería, que se curvaba hacia un lado impidiendo una visión directa de la fuente de luz. Escuchaba ahora el crepitar de una hoguera y un delicioso olor a carne asada, junto a pasos de varias personas. Esperanzado aunque cauteloso, avanzó agazapado entre las estalagmitas y abrió los ojos desorbitadamente ante la imagen que se reveló tras la curva. Había encontrado a sus compañeros.
Una decena de criaturas humanoides, de un blanco cerúleo bailaban alrededor de una inmensa hoguera. Uno de sus compañeros estaba atado a un gran poste en la hoguera, asándose y desprendiendo el olor que había captado. Los demás colgaban boca abajo, aparentemente inconscientes, en una estructura de madera similar a un tendedero junto a un ciervo de gran tamaño y algunas piezas incompletas de carne de forma inclasificable. Otras criaturas se encontraban repartidas en diversas estructuras que parecían cabañas.
Estaba paralizado intentando procesar aquella escena cuando dos manos blancas, fuertes como tenazas, le inmovilizaron desde atrás y escuchó de nuevo el grito de la criatura justo a su espalda.